sábado, septiembre 01, 2018

Encuentro de Paula y Dionisio, Portugal

Una casa pareada con puertas enfrentadas y abiertas, de techos altos. Rodeados de pinos mansos  que dan piñas nacaradas. Arboles que tupieron un bosque que lo inundó todo. Sólo dejaron los caminos de polvo seco. Caminos por los que marcar el paso.

Dionisio encontró el espacio para sus lecturas, para enfrentarse con el sol frente a frente, ojos cerrados en un silencio imposible. Piscina. Niños tropezando y corriendo, inquietos. Ropa tirada. Cantos en la ducha. Encuentro con el fuego y la carne sobre las brasas.
Paula encontró la oportunidad de reír dejándose rodear de amigos y sacudir así el invierno. Se vio llenando montañas de carros en un gran supermercado. Vio otra oportunidad para competir y ganar. Imaginó mil playas. Montó obras de teatro.

En esta tierra se les pasó el tiempo de embotellar el vino. Al no contar los meses no pudieron contar los años. Tampoco nadie pudo leer las anotaciones en tiza en la bodega oscura. Estaban tan tranquilos y melancólicos, …nata en la boca. Pero como si fuera un milagro el vino nunca llegó a avinagrarse y se hizo dulce. Entonces, para celebrarlo, una mujer - tuvo que ser una mujer- plantó rosas alrededor de la vid.

Dionisio tiene prisa, se le hace larga la espera, imagina la próxima comida, el próximo encuentro mientras espera este que está por venir. Ha programado y hace calor, calor de incendio. Busca su dispositivo electrónico,.. esta vez no lo encontró. Paula le dio cartas y ruido de dados y apagó el correo electrónico de su ordenador.
Dionisio como un reflejo, buscó una televisión, quizás para ver el telediario, Paula le puso un musical que le hizo caer y recordar.

Mar sin espuma, de sal, horizonte difuminado. Mar sobre arena fina, sin algas ni vida aparente. Mar de burbujas, mar muy frío. Viento.

Recorren las calles de Lisboa. Dionisio encuentra restaurantes y guías, el mejor sitio para parar, Tripadvisor no falla. Mientras Paula subió corriendo al tranvía, por las calles imaginó qué sería cuando creciera. En un momento creyó ver a Fernando Pessoa en una esquina y reconoció mil decorados de fados, de películas por volver a sentir. Subió las cuestas de Granada y reconoció el barrio judío y vio mil barcos en el puerto saliendo para las indias.

Esta tierra late en un tiempo contrario, a un paso cambiado, en algún momento todo se debió de dar un golpe a la vez. Aquí no son los soldados los que dan los tiros. Aquí son los  soldados los que lloran con la música, los que buscan las miradas de las chicas que pasan. Aquí son ellas las que reparten flores.

Dionisio señaló siempre lo apropiado y lo conveniente, hizo las cuentas justas. Se preparó el desayuno perfecto, el café perfecto, el gintonic perfecto.
Paula los hizo actuar y les obligó a quitarse las caretas para poder ser personajes reales y libres, los niños y todos volaron.
Paula le sirvió un vino y otro vino, mezclado con cervezas y un jamón inmenso que otra vez se terminó. Por las noches su música, sin que esta vez se escuchara el mar, logró sorprender e inmovilizar a Dionisio y que este no fuera a dejarse vencer por el sueño. La música de mil emociones recopiladas, compartidas, recuperando rituales que nadie se atreve a romper. Fondo de conversaciones y silencios.

Queso que se derrite sobre el pan. Oliva dura. Arroz largo. Peixe. Sardina grasienta. Caldo verde. “En Portugal los postres son lo mejor”.
Aquí todas las casas tienen un espejo ovalado en el salón, dicen que es para encontrarse con uno, para cruzar miradas, pero puede que también sirva para fijar sonrisas. Ese silencio que respeta y acoge, es Portugal


Al despedirse, Paula le dijo que no se fuera, que abandonara su rumbo, que se quedara. Le ofreció otra partida, otro baño, una playa por descubrir, un restaurante aconsejado, quizás la oportunidad de encontrar algún tesoro perdido y ganar así otra copa. Pero Dionisio encendió su coche, reconoció su música, esa del atasco de la mañana y del partido del fin de semana.
Fue el GPS quien se los llevó.

Porque todos somos un poco Paula y un poco más Dionisio, nos vemos en Londres.

Absalóm ! Absalóm !. Willian Faulker

Una historia de prisioneros de una tierra.
Cuando las casas oscuras se convierten en tumbas.
Una sociedad destinada a ser vencida, al sur.
Almas dominadas por fuerzas que no ven.
Cuando la cultura ciega y ata a través de generaciones.
Personajes que renuncian a sus vidas. Que renuncian a su libertad por ficciones como la tradición, el honor, el orgullo  o la lealtad.
Emociones anuladas. Almas cautivas.
Sin espacio para razones, ni para el dolor, ni para las risas.
Personajes condenados a vivir entre arañazos y sombras.

Hasta que un día de golpe, todo deja de tener sentido, cae y desaparece.
Todo se hace olvido y ya no importa.
Entonces los que vienen, no pueden entender, ¿cómo pudo ser?.

Menos mal que no hay que elegir entre Aureliano Buendía y Thomas Stupen.
Un zurcido de una intensidad inabarcable.