lunes, marzo 30, 2020

Crónica desde Santiago*



Ayer crucé la ciudad de sur a norte. Un motivo justificado, no había nadie. Las calles estaban desiertas, los coches habían desaparecido hasta de las aceras. No encontré gentes ni en las ventanas. Todos los locales estaban cerrados, algunos como con bandos blancos en sus puertas.

Era el miedo a que nos toque lo invisible, eso que no podemos controlar, eso que antes era maldición, castigo o magia. Ahora sabemos que es una cadena de ARN diminuta que salta de unos a otros y se replica en nuestras células. El miedo a la incertidumbre es el mismo. Todos somos sospechosos. Todos escapando, escondiéndonos unos de otros. Vivimos separados y seguimos sin encontrar el silencio, debíamos de traer mucha inercia. Todavía no sabemos cuándo ni dónde vamos a frenar, qué mundo nos encontraremos cuando volvamos a salir a la calle y tropezar, quienes estarán.

Recuerdo cuando el abrazo era la calma y ese momento fugaz. Ahora permanecemos paralizados, sólo el entretenimiento resiste como un ruido amplificado del pasado. Ya se nos hace largo este texto y eso que nos han hecho parar.

A nuestra espalda está floreciendo la primavera, los pájaros no saben qué nos pasa. Los patos han vuelto y cruzan mañana y tarde siguiendo el recorrido del río, cuando pueda los seguiré.

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