jueves, mayo 24, 2018

Crónica desde Dresden



Llanuras de bosques nevados. Niebla muy ligera. Un Elba ancho que desde el cielo se ve serpentear entre la ciudad. Edificios reconstruidos tras el bombardeo y el fuego (1945). Fueron ruinas de un castigo inmenso. Piedra a piedra, mostrando esa maravillosa capacidad de regeneración que tienen nuestras sociedades.

Campos helados, blancos, sol que no alumbra ni nunca llega a calentar. Paisaje sin montañas. Caminantes solos, un recuerdo RDA. Hileras de coches como blindados contra el aire frío.

Paseo por la noche, en una plaza céntrica, tropezamos con cientos de personas y decenas de banderas. La megafonía profiere gritos ininteligibles para mí pero inconfundibles, el rugido del odio. Sombras apiñadas que reconstruyen esta vez argumentarios de enfrentamiento. Hay jóvenes y viejos. - Nada une más que compartir enemigos.

La visión me recuerda a las descripciones de Stefan Zweig, pero en nuestro mundo de hoy. Nuestras sociedades también muestran esa tendencia natural hacia el conflicto. Como condimento la excitación de la pertenencia al grupo y las culpas del otro.

Nuestro amigo alemán se comporta como si no estuviéramos ante la concentración semanal de Periga (27% votos en las últimas elecciones en Sajonia). Sugiere un rodeo espontáneo.

Viento y sensación de hielo en las mejillas. Luego, alrededor de las cervezas, el calor de la multinacionalidad. Sonrisas, esfuerzos de comunicar en un inglés que se retuerce para ello. La consigna secreta, ante la duda asentir, esa tendencia de nuestras sociedades hacia el entendimiento.
Hace frío en Europa

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