sábado, junio 16, 2018

Un muro y un universo*

Había una pared que siempre creí era la más sólida. Una pared dónde apoyarse cuando el viento sopla, cuando viene frío. Un muro de piedras con musgo, piedras marrón gris, líquenes plata de borde negro. Al tocar, es arena que cae sin deshacer, limpiando el tiempo y borrando recuerdos. Una pared que vista de frente uno imaginaría que era infranqueable y permanente.

Sobre esa pared, sin querer, hiciste una ventana para mí. A través de ella vi un horizonte nuevo que creía olvidado. Un horizonte de luz y verde, de tu música en el paisaje. Y entonces, tú y tu horizonte pasasteis a ser parte del cuadro de mi universo permanente y lo hicisteis un muro más sólido.

En ocasiones creo que más que un universo es un túnel que crece y los años lo hacen más hondo, y cada encuentro más profundo.  El tiempo lo vuelve más luz y negro, más brillo sorpresa, conjunto de resplandores acumulados. Un túnel que cada vez en más silencio, con una forma más íntim, más atracción de camino solitario.

Caminar entre sus muros. Rodeado de almas que han abierto ventanas en sus paredes, dibujando sonrisas y tallando firmas originales. Almas que llegan y tocan, para volverse infinitas. Almas condenadas a desaparecer de mis encuentros, de nuestros pasos. Almas que ya no están en los cafés por la lluvia detrás de la ventana, de las noches frías en las que recorrimos rúas mojadas. En las que que sólo esperaba tropezarte. En las que palpamos todos las caras de la oscuridad, ese espacio de libertad que muere cada mañana con la promesa de regresar.

Almas cómplices, almas de deseo compartido, esa compañía silenciosa. Almas a las que repetir mil veces la misma historia adulterada, a las que escuchar sus esperanzas. Distancia. Almas olvidadas, mezcladas. Almas arrepentidas o decepcionadas por uno. Almas amadas que pasan a estar ahí sobre el muro, en cada una de sus ventanas.

Momentos, rituales repetidos, sin sentido. Una vista al mar, un pato que sobrevuela el cielo, o dos, unas mariposas, un aroma, un abrazo rápido pero intenso. Un cuerpo, piel contra piel, ojos cerrados, besos que muerden y arden y al final rompen. Pedazos, extractos, cuatro palabras repetidas que pasan a ser algo íntimo que emociona y forma un bucle que paraliza. Sonidos que recuerdan, melodías que se hacen sentido, música que hace llorar y unir sentimientos de desconocidos.

También hay huellas colectivas, intersecciones de encuentros. Rostros acumulados. Montañas de almas, de matices que sin darse cuenta se hacen recuerdos imprescindibles. Almas que pasan a ser parte de uno, en el muro, a través de una ventana y otra y otra, construyendo así un mosaico, mi universo.

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