miércoles, junio 13, 2018

Va de viajar*

La necesidad del avión, del tren, de esperas y horas sentado, sudado, deseando llegar.
Debe de ser el efecto que produce la velocidad mantenida o la gravedad, quizás la inercia, o simplemente marchar.

Ese ansia de querer sorprenderse. Esa búsqueda insaciable de metas entre diferentes paisajes; húmedos, calurosos, verdes y desconocidos. Entre diferentes gentes; ojos rasgados, redondos, morenos y también fríos. Fruta diferente. Sonidos. Olores irreconocibles.
Encuentros con personas y sus almas, la sorpresa final del reencuentro con uno.

El equilibrio y la esperanza marcado en un calendario, en un mapa. Esa necesidad de ir y tocar, de estar allí para poder escuchar, para poder saborear el silencio y el libro viejo. Ese poder sentir las sábanas en la mañana, pantalón corto, pies desnudos sobre un suelo lejano.

Allí tienes la capacidad de percibir lo mínimo, lo fugaz, de asombrarte por eso normal que se ha vuelto ahora desconocido. Esa habilidad de parar y descubrir continuamente. De encontrar la poesía escondida entre las letras de una música.
Es cómo si el ritual de salir abriera los poros del tacto y amplificara las luces, los colores, los olores, los sabores, hasta las sonrisas. Vértigo. Lugares desde dónde lo cotidiano se convierte en pálpitos e impulso.

Escapar, para luego seguir.  Esa ficción que da el viajar, ¿sólo un sitio desde dónde volver?.
¿Cómo harían cuando las fronteras eran el horizonte?, cuando el marchar era miedo y amenaza, cuando la seguridad era quedar.
Cuando desde el estar eran capaces de divisar la pareja de pájaros como gigantes enormes y de mil colores. Cuando el tiempo no era cronómetro. Cuando eran capaces de parar para ver los gestos del paso de un caracol sobre el cristal. ¿Dónde hemos perdido esa capacidad?, ahora que tenemos que irla a buscar tan lejos y tan caro y tan corriendo.
Ahora que renunciamos a encontrar algo aquí, entre los intervalos de estar parados.

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