domingo, julio 08, 2018

Crónica desde Como

La casa es un mosaico de recuerdos apilados. Montones de revistas para personas curiosas que buscan respuestas y dejarse sorprender por esos relámpagos del conocimiento efímero. Colecciones de libros de utopías perdidas en la historia, pensamientos para siempre abandonados. Láminas con dibujos de animales, rostros de personas. Una cafetera en la cocina le da a todo un sentido de hogar vivido. Una cafetera vieja con la tapa torcida, tantas veces sobre el fogón de gas. Techos altísimos, marcos inalcanzables. Suelos de barro cocido. Ventanas con contras, cortinas como faltas hasta el suelo.

Fuera nubes que iluminan en un gris claro. Arcos de piedra escalados por el verde pocho del invierno. Calles también de piedra, paralelas y perpendiculares, abiertas a patios amplísimos, patios habitados por esculturas desnudas con mirada evasiva, que no cruzas. Y almas, personas que caminan tranquilas que paran y hablan y llevan bolsas y sonrisas.

Dónde te escucho? tras la puerta, por el teléfono. Lámparas que con su luz no alcanzan el techo. Une espejo multiplica el fondo y el ancho del salón. Seguro que en algún momento corrieron por aquí niños y sueños y esfuerzos. Seguro derramaron lágrimas por dolores hondos o por tragedias no superadas. Se durmieron tantas veces, se besaron profundo, se enfriaron y escucharon la lluvia sobre el tejado. Vientre desnudo, agua sobre el pelo, cuerpos quietos en la ducha, hipnotizados  por  el vapor.

Seguro que la casa también se vio invadida en otros momentos por largos silencios, por humedad callada, por ausencias. Por libros que esperan sin mas. Por ellos pasaron veranos, estaciones, frío helado y viento tórrido. Años y siglos que contribuyen al progreso, a los sueños cumplidos. Objetos de familia, regalos de visitas acumulados a lo largo de la vista.

Pedazos de belleza atrapada que van formando olores que se vuelven tenues y perpetuos. El sonido de unas campanas que recuerdan la tradición, lo que perdura, lo que nadie se plantea cambiar hasta que de repente desaparece. Las piedras inmóviles, las vidas repetidas, cuando un nieto sigue las mismas rutinas y tiene los mismos horizontes que su abuelo. Todo lo que nos ha hecho llegar hasta aquí, todo lo que nos permite soñar lo que esta por venir, ese acelerar de cambios incorporados al instante. Son esas piedras las que nos harán perdurar y seguirán en la escena de ese futuro siempre imaginado. Tantos muros rotos, tantos mártires para romperlos. Tanto azul y luz, tanto vértigo superado, tanto terror, cuantos creyentes al final vencidos.

La Italia que ha acumulado belleza, atraído talento creador, financiado obras inmensas. Sal y tomate sobre el blanco salpicado de orégano. Aceite verde de sabor amargo. Diente que muerde sobre un trozo de pan. Paso, tantos pasos, que van y vuelven sin más.

Gaviotas entre picos nevados. Circos que rodean lagos inmensos. Hombres y mujeres que a lo largo de los siglos contemplan hipnotizados la masa inmensa, la calma del agua. Saborean aquí, entre montañas el mismo magnetismo que los africanos sienten por el océano. Ese magnetismo que te hace parar, levantar una casa y condenar a las siguientes generaciones a que esto pase a significar algo y a recordar y a volver. Disfrutar de la misma visión, de la calma, del aire gélido del atardecer, de la niebla que difumina lo real y anticipa soñar.

Sombras superpuestas, contrastes de luz y oscuridad, paleta pastel. Unos patos sobrevuelan a baja altura en algo que se convierte en algo más que en salto. Pareja comprometida. Cuello estirado. Figura esbelta surcando el fondo del cielo reflejado en el agua.

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