La casa es un mosaico de recuerdos apilados. Montones de revistas
para personas curiosas que buscan respuestas y dejarse sorprender por
esos relámpagos del conocimiento efímero. Colecciones de libros de
utopías perdidas en la historia, pensamientos para siempre abandonados.
Láminas con dibujos de animales, rostros de personas. Una cafetera en la
cocina le da a todo un sentido de hogar vivido. Una cafetera vieja con
la tapa torcida, tantas veces sobre el fogón de gas. Techos altísimos,
marcos inalcanzables. Suelos de barro cocido. Ventanas con contras,
cortinas como faltas hasta el suelo.
Fuera nubes que
iluminan en un gris claro. Arcos de piedra escalados por el verde pocho
del invierno. Calles también de piedra, paralelas y perpendiculares,
abiertas a patios amplísimos, patios habitados por esculturas desnudas
con mirada evasiva, que no cruzas. Y almas, personas que caminan
tranquilas que paran y hablan y llevan bolsas y sonrisas.
Dónde
te escucho? tras la puerta, por el teléfono. Lámparas que con su luz no
alcanzan el techo. Une espejo multiplica el fondo y el ancho del salón.
Seguro que en algún momento corrieron por aquí niños y sueños y
esfuerzos. Seguro derramaron lágrimas por dolores hondos o por tragedias
no superadas. Se durmieron tantas veces, se besaron profundo, se
enfriaron y escucharon la lluvia sobre el tejado. Vientre desnudo, agua
sobre el pelo, cuerpos quietos en la ducha, hipnotizados por el vapor.
Seguro
que la casa también se vio invadida en otros momentos por largos
silencios, por humedad callada, por ausencias. Por libros que esperan
sin mas. Por ellos pasaron veranos, estaciones, frío helado y viento
tórrido. Años y siglos que contribuyen al progreso, a los sueños
cumplidos. Objetos de familia, regalos de visitas acumulados a lo largo
de la vista.
Pedazos de belleza atrapada que van
formando olores que se vuelven tenues y perpetuos. El sonido de unas
campanas que recuerdan la tradición, lo que perdura, lo que nadie se
plantea cambiar hasta que de repente desaparece. Las piedras inmóviles,
las vidas repetidas, cuando un nieto sigue las mismas rutinas y tiene
los mismos horizontes que su abuelo. Todo lo que nos ha hecho llegar
hasta aquí, todo lo que nos permite soñar lo que esta por venir, ese
acelerar de cambios incorporados al instante. Son esas piedras las que
nos harán perdurar y seguirán en la escena de ese futuro siempre
imaginado. Tantos muros rotos, tantos mártires para romperlos. Tanto
azul y luz, tanto vértigo superado, tanto terror, cuantos creyentes al
final vencidos.
La Italia que ha acumulado belleza,
atraído talento creador, financiado obras inmensas. Sal y tomate sobre
el blanco salpicado de orégano. Aceite verde de sabor amargo. Diente que
muerde sobre un trozo de pan. Paso, tantos pasos, que van y vuelven
sin más.
Gaviotas entre picos nevados. Circos que
rodean lagos inmensos. Hombres y mujeres que a lo largo de los siglos
contemplan hipnotizados la masa inmensa, la calma del agua. Saborean
aquí, entre montañas el mismo magnetismo que los africanos sienten por
el océano. Ese magnetismo que te hace parar, levantar una casa y
condenar a las siguientes generaciones a que esto pase a significar algo
y a recordar y a volver. Disfrutar de la misma visión, de la calma, del
aire gélido del atardecer, de la niebla que difumina lo real y anticipa
soñar.
Sombras superpuestas, contrastes de luz y
oscuridad, paleta pastel. Unos patos sobrevuelan a baja altura en algo que se convierte en algo más que en salto. Pareja comprometida. Cuello estirado. Figura esbelta surcando el fondo del cielo reflejado en el agua.
domingo, julio 08, 2018
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