viernes, septiembre 08, 2006

Ecos de entre agosto y septiembre



El sol del verano fue ganándonos el pulso a todos, ya nada ni nadie pudo hacerle frente a la hora maldita. Entonces llegaron tres días de lluvia, tres, escasos pero suficientes para hacer olvidar el sol de fundición, y todo milagrosamente renació. De la tierra rompieron miles de yemas de hierba, como un ejército de púas, finas y puntiagudas. Los árboles las contemplaban inmóviles como si no entendieran su tempo. Las uvas se fueron tiñendo de luto y los higos ganando y ganando peso en azúcar. Manzanas, peras y kiwis siguieron su camino.

Cielos inmensos e infinitos, anocheceres perfectos.


De repente, cerré los ojos, un día y una noche tuve que dejar de mirar, en realidad no se bien que pasó. Recuerdo ahora que noté un viento gélido en la oscuridad que no supe como interpretar. Entonces empezaron a llover hojas, por todos lados, primero los chopos, todo fue tupido. Las hojas que decidieron aferrarse a sus ramas perdieron la vida, el brillo, la textura, el sabor.

Es como si hubieran pasado toda una estación y todo fue en un día y una noche, a traición.

1 comentario:

La gata que no esta triste y azul dijo...

Asi es el pulso de los dias...